Aglutinante es la muestra conjunta entre Guido Poloni, Mariano Perarnau, Lorena Bicciconti, Leticia Aielo, Massi Diaz, Agustín Rodriguez, Nicolás Guardiola, Gimena Castellón Arrieta, Martín Chevalier y Nilda Rosemberg.
Y Reflexiones sobre una central eléctrica, de Massi Diaz, es la presentación de dibujos, objetos e instalación en la Sala 1.
Textos sobre Aglutinante:
la posibilidad de una selva.
valeria tentoni
Apuntes sobre Aglutinante
Curador · Benjamín Aitala
Coordinadora · Gimena Castellón Arrieta
Olavarría / Bahía Blanca
Marzo · 2013
¿Puede ser feliz un canario?
Michel Houellebecq
En una de las obras que componen esta muestra, Leticia Aiello retrata
unos gajitos sobre una bandeja de telgopor. Yo estaba ahí cuando sacó
esa foto. Esos brotes salieron de su patio, de sus macetas, y se los llevó
Nilda Rosemberg a su casa. Era una tarde preciosa, una tarde que parecía
hecha bajo el pulso de un dios preciso. Estábamos troqueladas por los
lunares de luz que atravesaban los damascos.
Ahora Nilda no vive más donde vivía. Antes de mudarse decidió dejar en
las casas de sus amigos bahienses otros gajitos. Reservorios de las claves
genéticas de sus plantas, por si algún día quiere volver y rearmar su selva.
O por si la selva no es, al final de cuentas, otra cosa que los ecosistemas
que germinan en la humedad del afecto.
Traficantes de jardines, todos los artistas convocados en esta oportunidad
se cruzan, por lo menos, ahí. En esa insistencia sobre el verde, que ahora
nos sirve para pensar en el intercambio, en el contagio. También se
cruzan en un punto que dice usted está aquí todo el tiempo, aunque usted
no esté efectivamente aquí, ni allí tampoco: Bahía Blanca. La ciudad
pivot, el talón sobre el que se apoyan para moverse, ir y venir, irse
inclusive quedándose. Una fuga sutil que más que extranjerías produce
contaminaciones. Contaminación no en el sentido en que aquí (aquí ahora
digo por Bahía Blanca, usted seguramente esté en el aquí de Olavarría) se
sufre, sino en el sentido de profanación, de perversión o corrupción:
lindísimas maneras de rascarse que tiene la mente donde le pica.
Vean al verde florecer en la ciudad que algunos dicen gris, vean. Estamos
descalzos, tenemos la piel cruzada por las marcas que quedan después de
una siesta al sol sobre el pasto. Estamos cocinando en corpiño en una
cocina ajena, con las patas en un balde de plástico, disparando con
mangueras, bordando con hilo las siluetas de las hojas, estamos
mamarracheando el asunto, con luces blancas y diminutas de fiesta. Este
es el cableado, la descarga eléctrica de la perseverancia. Vean. Vean
cómo insisten en el verde, vean.
Estamos pedaleando la flor amarilla, montados en una bicicleta que nos
convierte en personajes invisibles, en la instalación de Guido Poloni.
Viajando en velocidad crucero en esa bicicleta hacia Olavarría, o no.
Cabalgando el futuro. En la manía fluorescente de Mariano Perarnau:
abriéndonos camino entre las formas con los pinceles como hachas. Ahí,
en esa galaxia que promete un horizonte de vibraciones.
Martín Chevallier anuda la imagen de un cartel de chapa que nos da la
bienvenida. Entramos con él, somos huéspedes de una arboleda que se
cierra donde los troncos sufren la gravedad también. Estamos en un nido
seco, subidos a la rama. Sentados en un banco del que se desprende
pintura blanca, esperando al desierto. Mirando fijo al río y su guirnalda
de piedras. Metiendo la cabeza entre las raíces como ñañdúes hirvientes,
con Nicolás Guardiola. Apoyándonos sobre la corteza encandilada de un
bosque que, como todos los bosques, empieza en ningún lado. Ahí vienen
los hijos del pantano, de lo que se fermenta en las entrañas de las rocas.
Agustín Rodríguez, como un noé desaforado, baja del arca de madera a
sus osos, sus tigres, sus melenudos. Bestias secretas con patas de fósforo,
capaces de articular el movimiento de una fauna transformer. Miren cómo
van, miren cómo sobrevuelan los paisajes de Massi Díaz. Esas pinceladas
que podrían incendiar cualquier valle. Montañas sobre las que levita el
azul: un cielo que se desprende de la estratósfera y cae sobre las cosas de
una sola gota.
Avanzan, hacia la línea de carbonilla de Gimena Castellón Arrieta: un
final oscuro porque en lo oscuro está también la posibilidad de la luz.
Hay el principio de un mundo agazapado bajo la lluvia: estamos ahí.
Empapados. Moviéndonos en el lodazal, cantando el riesgo de hundirnos.
Reverdeciendo, después, con Lorena Bicconti. Estamos en el día en que
estalla el mundo, urgentes en el deseo del color que se pronuncia con sus
mil lenguas de fuego. Pisamos sus islas, su flora eruptiva.
Las raíces buscan el mismo centro, pero no se lastiman en su carrera. Se
entrelazan, en cambio; mucho más que tolerarse, se celebran distintas.
Tantos tallos como maneras de estacarse en la tierra corren la misma
suerte: llueve o no, estamos vivos o no.
Un gajo dormido sobre el telgopor se reserva la posibilidad de una selva.
Tan quieto y cosita de nada que parece y todo.
Aglutinante
Texto acerca de la exposición
colectiva de artistas bahienes en el CCHSJ
Las zonas geológicamente inestables de las
rutas de algún modo definen no solo la personalidad del lugar sino también de
quien las transita. Involucrarse en una situación así motiva a la aventura pero
también genera mucha incertidumbre.
Los ripios saltan en el límite de la cornisa y
se integran al paisaje; piedras enormes caen y se disponen como un nuevo paraje
de descanso para quien camina por el lugar.
Todo compone una geografía que se actualiza
constantemente, sin dejar de ser la misma en su identidad primera.
Aglutinante es entonces la ligazón entre
territorios propagados. Los artistas convocados a esta muestra forman parte de
un grupo de personas que tienen un trabajo artístico activo. En este hacer,
Bahía Blanca funciona para ellos como telón de fondo, plataforma de llegada,
plataforma de partida, de egreso y un lugar de origen, en algunos casos.
Leticia Aiello, Martín Chevallier, Massi Díaz,
Lorena Bicciconti, Guido Poloni, Mariela Gouiric, Agustín Rodríguez, Mariano
Perarnau y Nilda Rosembeg pertenecen a
este recorte. Algo los une a Bahía y también hay algo que los une más allá del
perímetro establecido como tal: son de artistas con un lenguaje propio, con un
trabajo constante y conciente.
Pintura, dibujo, objetos, collage son apenas
clasificaciones formales, hará falta decir, de la personalidad de las obras
tantas cosas más, pero la coincidencia de sus trabajos generará esta reflexión
a posteriori, y allí se analizará o no
un estado de cosas.
No se puede hablar antes de un paisaje común,
porque en esas zonas expandidas de su lugar de producción sus aristas se
complementan con muchas otras situaciones que los definen por igual.
Mientas se transita la ruta, las piedras siguen
rodando a los costados y el territorio se mueve con una potencia dúctil. El
polvo, con uno, lo define también.
Gimena
Castellón Arrieta
Artista participante y convocante
Texto para Reflexiones sobre una central eléctrica, Agustín Rodríguez.
El año pasado en una clínica le preguntaba algunas cosas a
Massi y recuerdo que surgió el tema de las formas geométricas en su obra. Le
comenté que las mismas son en sí construcciones conceptuales, en tanto uno no
ve un cuadrado dando vueltas por ahí, ni un triángulo. Uno ve, por ejemplo, una
montaña con forma triangular, pero la abstracción del polígono en si es un
proceso mental, cultural. Pero, él me dijo que en sí ve a las figuras, que las
mismas son. Luego seguimos la charla que se desvió para otros temas, pero eso
me quedó dando vueltas en la mente. Escribiendo ahora el texto para su muestra
en Olavarría creo que su comentario es una puerta para poder apreciar parte de
su trabajo. Más allá de los soportes, en muchas de sus producciones se ven
paisajes, rocas, montañas; las cuales chocan con un elemento extraño. Poliedros
punzantes emergen entre la roca, interviniéndola. La tensión entre formas es
innegable. El cuerpo orgánico entra en conflicto con el geométrico generando
fuerzas internas en choque, energía.
Massi comparte mediante dibujos, pinturas y objetos, una visión particular de un paisaje que imagina, intervenido por una central eléctrica que aprovecha en sí la energía del medio, aspecto no menor sino crucial en estos trabajos. Aporta distintos enfoques, recorre brindando perspectivas que le dan verosimilitud a su trayecto. Cada obra es un puente entre el espacio interior y exterior. Y esto me remonta a la charla nombrada en un principio: Cuando dice ver formas geométricas en el mundo cotidiano, en sí las ve porque a su vez son representaciones que el aplica para entender su entorno (como cualquier mortal). Conocerse a uno mismo, ahondando en la introspección, nos permite también poder conocer (y de alguna manera construir) al mundo que nos rodea. La obra de Massi Díaz nos transporta a un lugar, para volver y poder apreciar ahora, una serie de tensiones que generalmente pasan desapercibidas.
Agustín Rodríguez, Marzo de 2013.
Massi comparte mediante dibujos, pinturas y objetos, una visión particular de un paisaje que imagina, intervenido por una central eléctrica que aprovecha en sí la energía del medio, aspecto no menor sino crucial en estos trabajos. Aporta distintos enfoques, recorre brindando perspectivas que le dan verosimilitud a su trayecto. Cada obra es un puente entre el espacio interior y exterior. Y esto me remonta a la charla nombrada en un principio: Cuando dice ver formas geométricas en el mundo cotidiano, en sí las ve porque a su vez son representaciones que el aplica para entender su entorno (como cualquier mortal). Conocerse a uno mismo, ahondando en la introspección, nos permite también poder conocer (y de alguna manera construir) al mundo que nos rodea. La obra de Massi Díaz nos transporta a un lugar, para volver y poder apreciar ahora, una serie de tensiones que generalmente pasan desapercibidas.
Agustín Rodríguez, Marzo de 2013.
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